Unas pinceladas de astronomía en el arte
Artículo original escrito por: Deborah Moisés
Revisado por: Idoia Ordorika
Me imagino el cielo como un lienzo negro en el que un artista pintó miles de millones de puntos brillantes de diferentes tamaños e intensidades y, que un buen día decidió fundir entre nubes de gas y de polvo de colores imposibles. Entre esos puntos, enormes planetas errantes que dan vueltas y vueltas alrededor de su astro rey, definiendo órbitas redondeadas que abren y cierran los ciclos de la historia. Y es que, ¿dónde vamos a encontrar más arte que entre las estrellas que adornan el cielo? La mitología es testigo de ello.
¿Me acompañáis en este viaje astronómico a través del arte? Vamos a ello, coge tu pincel y abre tu mente porque empezamos.
¿Qué es el arte? Nadie tiene una respuesta para definir todo lo que comprende esta palabra. Me atrevería a decir que es la definición más incompleta de toda la RAE, y es que el arte no se puede explicar con palabras, se explica con los sentidos. Algo parecido le pasa al cielo, ¿podrías definirlo solo con palabras?
Desde que somos pequeños intentan dividirnos en grupos y nos obligan a tomar una decisión que determinará nuestro futuro, todo al rojo o al negro. Este lastre social es el que nos separa, cuando la realidad empírica y científica es otra. Las ciencias y las letras, el arte y el cielo, no solo pueden vivir en armonía, también pueden complementarse y crear resultados muy interesantes.
Desde el inicio de los tiempos, los hombres y mujeres de las cavernas han mirado el cielo con interés y cierto miedo, y se han preguntado qué es aquello que brillaba todas las noches. Al no tener una respuesta científica prefirieron inventarse historias para dejar de temer aquello que veían, un método de defensa maravilloso que nos ha regalado historias como la de la Vía Láctea, donde las tribus africanas veían la columna vertebral de un enorme animal que sujetaba todos esos puntos para que no cayeran sobre los habitantes de la Tierra. En cambio, en la mitología nórdica veían el bifröst, un puente en forma de arcoíris que unía el mundo de los humanos, Midgard, con el de los dioses, Asgard. Científicamente sabemos que la Vía Láctea es nuestra galaxia, del tipo espiral barrada y que desde la tierra, la apreciamos como un reguero neblinoso de miles de millones de estrellas. Yo me quedo con las historias que la rodean, no sé vosotros.
En ese cielo también observaron un enorme objeto que vigilaba sus días o noches, disfrazándose en ocasiones, desapareciendo en otras, pero siempre perfecta, siempre brillante. La Luna fue el primer objeto celestial representado en la historia del arte, concretamente en un bajorrelieve que data de la época mesopotámica. Su siguiente aparición nos transporta al siglo XV, directamente a la pintura renacentista, con “Jesucristo Crucificado” (imagen) del artista italiano Bramantino. En este cuadro se observa la luna llena en un segundo plano, redonda, brillante, blanca y prácticamente perfecta, al igual que en representaciones posteriores datadas en el gótico como “La crucifixión” y “El juicio final” del pintor flamenco Jan Van Eyck.
Estos lienzos son las primeras y únicas representaciones que se realizaron de la Luna sin que hubiese previamente una observación con telescopio o un estudio científico y exhaustivo sobre ella. Gracias a este desconocimiento sabemos por qué tanto en una época como en otra de la pintura, se le representaba de la misma manera. ¿Dónde se encontraba La luna? en el cielo, así que era un objeto divino que pertenecía a los dioses. No podía ser imperfecta, porque la imperfección era sinónimo de lo terrenal, tenía que ser pura e increíblemente bella; por ello, mostrarla de esta manera en el arte era un símbolo de respeto hacia aquello que consideraban del más allá.
¿Cuándo cambió esta percepción? A partir de 1609, momento en el que el científico Galileo Galilei observó por primera vez la Luna y vio que no era tan blanca, ni tan perfecta, ni tan redonda como todos pensaban, hubo un cambio radical en la historia del arte. Claro es el ejemplo de su siguiente representación, datada en 1612. Esta vez aparece compartiendo primer plano con la Inmaculada en los frescos de la iglesia Santa Maria Maggiore en Roma. Curiosamente ya no encontramos la Luna llena en el cielo, sino menguante y a los pies de la Virgen, llena de montañas y cráteres, un gesto muy representativo ya que, a partir de ahora, la Luna no solo iba a ser un objeto celeste sino también terrenal.
A medida que los descubrimientos astronómicos avanzaban lo hacía también el arte. Como si de un periódico se tratase, fueron apareciendo nuevas ilustraciones y pinturas que mostraban la actualidad científica de la época, un medio de divulgación y trasmisión muy necesario en el que los protagonistas fueron cambiando. Ya no solo se representaba la Luna sino también los planetas, las manchas solares o la Vía Láctea. Era tan importante el arte en este momento que incluso llegó a utilizarse como moneda de cambio. El conde Luigi Marsili conquistó al Papa Clemente XI con unas ilustraciones del artista italiano Donato Creti. A cambio, el papa mandó construir el que fue el primer observatorio astronómico público de Bolonia.
No solo los conocimientos puramente científicos se veían reflejados en el lienzo sino también los mitológicos. Pintores como Goya o Rubens han representado estas historias con sus pinceladas llenas de volumen. Tal es el caso de “El rapto de Europa” de Francisco de Goya (imagen izquierda) en el que se muestra al dios Júpiter convertido en toro engañando a la princesa fenicia, historia que ha trascendido al cielo de tal forma que una de las lunas galileanas de Júpiter lleva el nombre de la joven. Otro ejemplo es la terrible historia de “Saturno devorando a su hijo”. En este caso he escogido la representación de Pedro Pablo Rubens (imagen de la derecha), en el que se muestra el momento en el que el titán muerde a su vástago en el pecho por miedo a ser destronado, como rezaba la profecía del Oráculo de Delfos. En esta versión encontramos tres estrellas en el cielo, un guiño que nos recuerda cómo fue el momento en que Galileo descubrió a Saturno y sus anillos al mirar por el telescopio, ya que pensó que se trataba de un sistema de tres estrellas, no de un astro errante con anillos orbitando.
A medida que pasaron los años, el arte siguió avanzando hasta llegar a lo que hoy conocemos como arte moderno y contemporáneo. Por ello, no puedo olvidarme de uno de los artistas que más ha plasmado el cielo en sus cuadros, el postimpresionista Vincent Van Gogh. Él pasó muchos años de su vida encerrado entre cuatro paredes mirando por la ventana, desde donde encontró una enorme fuente de inspiración en las estrellas. Ejemplo de ello son algunas de sus obras más famosas como “La noche estrellada”, “Terraza de café por la noche” o "Noche estrellada sobre el Ródano” (imagen) entre otras, cuadros que destacan por su interpretación personal de los cielos y por esa pintura intensa y vigorosa que tanto le caracterizaba.
Por último, no quiero dejar de nombrar una obra contemporánea surrealista que me impactó mucho y con la que quiero que os detengáis un momento a reflexionar. Este universo imaginario de Ángeles Santos, llamado “Mundo”, se encuentra en el Museo Reina Sofía de Madrid. Es un cuadro de grandes dimensiones (3x3m) que representa nuestro planeta en forma de cubo, con ángeles sin alas que encienden el sol y utilizan su fuego para proyectar las estrellas. Es una creación surrealista y muy personal pero, como habéis podido comprobar, en el arte y en el cielo hay que dejar la razón de lado para sumergirnos en la belleza interior.